La soprano mendocina emocionó a los sanjuaninos en el rol protagonista del clásico de Giacomo Puccini, que tan solo un mes antes interpretó también en el Teatro Colón. Los detalles de una gran puesta.
Nota por: Daniel Arias Fuenzalida Fuente: Los Andes
Mientras, ya con las luces atenuadas, el telón del Teatro del Bicentenario se deslizaba lentamente para cerrarse y la Orquesta de la Universidad Nacional de San Juan expresaba el último estertor pucciniano, el público en pocos segundos se sacudió la tristeza y ovacionó lo que fue una gran representación de “La Bohème”.
Cuando hoy sea la tercera y última función (la primera fue el jueves y la segunda el sábado), el público que peregrinó desde toda la región hasta el teatro más importante de Cuyo se llevará una certeza: en menos de una década, esa sala se transformó en un polo de creación artística de alto nivel y ambición. Antes, cierto, ya mostró que era capaz de montar grandes espectáculos en suntuosas co-producciones con el Teatro Colón (“Aida”, “Don Carlo”). Pero ahora la novedad reside en que sorprendió al demostrar que consolidó un engranaje artístico y una destreza de logística y producción que permite montarlos en tiempos cortos y casi en simultáneo con los estrenos originales: esta puesta de “La Bohème”, diseñada por Stefano Trespidi (y todo un suceso en Buenos Aires), se vio en el Teatro Colón hasta el 27 de marzo, y apenas un mes después en la vecina provincia. Esto es algo inédito. Una destreza que solo tienen los grandes teatros del mundo.
Pero que quede claro: esta reposición, aunque rápida, no fue improvisada. Podría servir de ejemplo el segundo acto, tan apabullante y complicado, que resultó con exactitud de relojería: Lorenzo Tazzieri, director italiano que debuta al frente de la orquesta, mostró aquí sus dotes de concertador, logrando perfecta sinergia entre el foso y las masas corales (de adultos y niños) de la UNSJ, más figurantes, una banda en vivo, un sobretitulado que eligió (acertadamente) ser inteligible en lugar de desorientar al público que escucha una ópera por primera vez, un diligente staff técnico y, por supuesto, los cantantes.
Entre todos ellos, era inevitable que sobresaliera la soprano mendocina Verónica Cangemi como Mimì: no solo por ser la única estrella que llegó desde la puesta del Colón, sino porque este papel (quizás más que ninguno de los que haya interpretado en los últimos tiempos en el teatro porteño, como Liù y Mélisande) le permite lucirse no solo como una gran cantante, sino también como la enorme actriz que es. Su construcción escénica está estudiada en cada detalle, y logra expresar el curso de su enfermedad tanto corporal como vocalmente.
También es poderosa en escena la (estupenda) soprano rosarina Belén Rivarola, en el rol de la coqueta Musetta. Gastón Oliveira Weckesse es un tenor lírico de voz clara, que logra sortear con mucha expresividad y matices el complicado registro agudo del papel (¡incluso aquellos no escritos!). Se integra muy bien a los amigos: Alfonso Mujica (Marcello), Emiliano Bulacios (Colline) y Fernando Lazzari (Schaunard). Luis Gaeta en los papeles cómicos de Benoit y Alcindoro es un pequeño lujo de esta puesta, que sabe descubrir no solo la gran teatralidad de la obra, sino también sus cualidades “cinematográficas”.