TURANDOT, gozosa fantasía

Fuente Martin Wullich

Ya en el mismo inicio, donde se anuncia la muerte del príncipe de Persia, asistimos a un drama y un suspenso de grandes dimensiones. En Turandot, la última ópera (de hecho, inconclusa) de Puccini, todo es colosal, la música, los anuncios de las leyes, los sonidos del gong; allí hay seducción, amor, peligro, muerte, riesgos. La multitud canta: “¡Cuando suena el gong, se regocija el verdugo! Vano es el amor si no hay suerte”.

La esperada monumentalidad se cumplió con creces en la puesta en escena, concebida originalmente (1992) por Roberto Oswald y repuesta ahora por Matías Cambiasso, con un acabado y lujoso diseño de vestuario de Aníbal Lápiz y armónica iluminación de Rubén Conde, tanto en lo general como en lo puntual. Particularmente gozosa fue la visión del precioso cuadro con el frondoso árbol que inicia el acto final. Los movimientos escénicos masivos fueron interesantes y logrados. La dirección musical de Christian Badea, aun con algunos desajustes, llevó a buen puerto a la Orquesta Estable.

Sin embargo, el Coro Estable del Teatro Colón y el Coro de Niños, dirigidos respectivamente por Miguel Martínez y César Bustamente, conformaron lo mejor de la noche, en una ópera compuesta para el lucimiento de conjuntos vocales, en una amalgama que dejó sin aliento al espectador, sobre todo en los finales del 2do. y el 3er. acto. Los matices dramáticos y el carácter de las interpretaciones fueron imponentes, así como angelicales y emocionantes los niños cuando expresan “Tutto fiorirà, tutto splenderà!

Alfonso Mujica llevó muy bien su papel de Ping y su consecuente consejo de tomar cien esposas, seguido graciosa y coreográficamente por Carlos Ullán y Santiago Martínez como Pong y Pang. El trío, con su funesta ironía, funcionó amalgamado vocal y expresivamente.

En el papel de Liù, la soprano mendocina Verónica Cangemi subyugó desde Signore, ascolta! Hasta su muerte con su voz cristalina, sutil y encantadora en interminables y reveladores pianissimi, manteniendo impecablemente sus notas con sobrecogedor sentimiento.

La temible Turandot fue interpretada por la rusa María Guleghina. La soprano sorprendió con su imponencia vocal, un volumen inusual que impresionó desde el fondo del escenario cuando hizo su aparición con In questa Reggia, aunque tuvo agudos tirantes y fue excesiva en su vibrato. A Kristian Benedikt, como Calaf, costó escucharlo en el primer acto, aunque después mejoró. Sin embargo, no llegó a descollar en el siempre esperado Nessun dorma. El bajo barítono James Morris (Timur) realizó un trabajo convincente.

En otros papeles, Raúl Giménez (Altoum), Alejandro Meerapfel (un mandarín) y Fernando Chalabe (el príncipe de Persia) tuvieron sus méritos, así como las doncellas interpretadas por Laura Polverini y Gabriela Ceaglio. Encomiable fue también el trabajo de los actores figurantes que integraron el “popolo di Pekino”. Martin Wullich

Esta versión de Turandot
se exhibió el 25 de junio de 2019
Teatro Colón